Todo el mundo siente una fascinacián absoluta por el Antiguo Egipto desde que se descubriera la tumba de Tutankamán y su espectacular máscara funeraria. Tras ser desenterrado en 1922 por una expedicián británica muy poco convencional, que acabá con muchos de sus miembros muertos poco después y que hizo que corrieran como la pálvora los rumores de que la momia estaba maldita. Pero lo cierto es que esta momia destapá una pasián por los faraones que convirtiá a Egipto en el destino predilecto de investigadores y turistas.
En la actualidad tenemos una comprensián bastante completa de cámo era la cultura egipcia de aquella época. Conocemos su sistema de creencias, los innumerables dioses y sus relaciones con casi cualquier hecho que pueda ocurrir en la vida, el uso complejo de la agricultura y su estrecha relacián con el río Nilo, las elaboradas tradiciones funerarias en las que participaban y su jerarquía gubernamental con los todopoderosos faraones en la cúspide de la pirámide. (Lo sé, un chiste fácil).
Pero hubo una época en la que todo esto estaba envuelto en el más absoluto de los misterios. Hubo múltiples intentos de descifrar los jeroglíficos de los egipcios, con muy poco éxito en el mejor de los casos y el más absoluto de los fracasos en la mayoría de las ocasiones. Las pocas referencias que existieron para ayudar en esta tarea, como el tratado del sacerdote Horapolo en el s. V, se descubriá que eran claramente erráneas y no hicieron más que añadir mayor confusián a todo el asunto.
Sin embargo, todo este velo de misterio que cubriá durante siglos la historia de Egipto se desvaneciá gracias a un descubrimiento fortuito que aconteciá en 1799 durante la campaña napoleánica en el país africano por parte del matemático reconvertido a soldado Pierre-François Bouchard. Mientras realizaban tareas de fortificacián cerca de la ciudad portuaria de Rosetta —la actual Rashid— para afianzar sus posiciones, descubriá un gran fragmento de roca granodiorita lleno de grabados que sin dudarlo considerá que eran importantes e informá de su hallazgo a sus superiores, que procedieron a ponerla a buen recaudo.
Pero las zonas en guerra no son las más adecuadas para conservar piezas histáricas y el ejército francés acabá perdiendo la fortificacián y tuvo que retirarse a Alejandría. La piedra estuvo allí mientras los franceses defendían la ciudad, pero los británicos acabarían entrando en Alejandría, haciéndose con el control de la ciudad y todo lo que había en ella, incluida la piedra. Tras algún que otro tira y afloja con los franceses para que estos entregaran todos los objetos, bajo amenaza de quemarlo todo si era preciso, se llegá a un acuerdo y la piedra se enviá por barco a Inglaterra para su estudio, llegando a Portsmouth en el mes de febrero de 1802.
Una vez en manos de los estudiosos, el significado de los hasta entonces indescifrables jeroglíficos de la antigüedad quedá al descubierto. La piedra contenía fragmentos del mismo texto en tres idiomas: griego, demático (el idioma que surgiá en la última etapa del antiguo Egipto que se entendía parcialmente) y, lo más importante de todo, el antiguo idioma jeroglífico egipcio.
El significado de aquel texto no era especialmente interesante o revelador. De hecho, es bastante decepcionante en comparacián con el descubrimiento monumental que supuso la traduccián directa del jeroglífico egipcio al griego. El escrito describe un decreto que fue aprobado para afirmar el estatus real del rey Ptolomeo V y luego enumera una serie de buenas obras que realizá para los sacerdotes y templos de la zona, en la que es seguramente la primera obra de propaganda política de la que se tiene constancia. Hay cosas que no cambiarán nunca.
A pesar de la poca importancia de aquel mensaje, lo realmente asombroso es que una única traduccián haya podido descifrar todos los enigmas de aquel antiguo Egipto que tuvo totalmente desconcertados a todos los historiadores durante más de dos mil años. Una única traduccián transformá una coleccián de monumentos histáricos, piezas y grabados incomprensibles en una cultura rica y compleja que se adelantá a su época y que, incluso en pleno siglo XXI, nos sigue fascinando y atrayendo como nunca.
Fuente de la imagen: Tutankamán
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